jueves, 27 de enero de 2011

MAGISTRADOS DE EL PAPA JUAN PABLO II

Su última carta que escribio, pudo ser una de las más emotivas porque el fue uno de ellos también , fue a los Sacerdotes.Dice así:

Queridos sacerdotes:
1. En el Año de la Eucaristía, me es particularmente grato el anual encuentro espiritual con vosotros con ocasión del Jueves Santo, día del amor de Cristo llevado « hasta el extremo » (Jn 13, 1), día de la Eucaristía, día de nuestro sacerdocio.
Os envío mi mensaje desde el hospital, donde estoy algún tiempo con tratamiento médico y ejercicios de rehabilitación, enfermo entre los enfermos, uniendo en la Eucaristía mi sufrimiento al de Cristo. Con este espíritu deseo reflexionar con vosotros sobre algunos aspectos de nuestra espiritualidad sacerdotal.
Lo haré dejándome guiar por las palabras de la institución de la Eucaristía, las que pronunciamos cada día in persona Christi, para hacer presente sobre nuestros altares el sacrificio realizado de una vez por todas en el Calvario. De ellas surgen indicaciones iluminadoras para la espiritualidad sacerdotal: puesto que toda la Iglesia vive de la Eucaristía, la existencia sacerdotal ha de tener, por un título especial, «forma eucarística». Por tanto, las palabras de la institución de la Eucaristía no deben ser para nosotros únicamente una fórmula consagratoria, sino también una «fórmula de vida».
Una existencia profundamente «agradecida»
2. «Tibi gratias agens benedixit...». En cada Santa Misa recordamos y revivimos el primer sentimiento expresado por Jesús en el momento de partir el pan, el de dar gracias. El agradecimiento es la actitud que está en la base del nombre mismo de «Eucaristía». En esta expresión de gratitud confluye toda la espiritualidad bíblica de la alabanza por los mirabilia Dei. Dios nos ama, se anticipa con su Providencia, nos acompaña con intervenciones continuas de salvación.
En la Eucaristía Jesús da gracias al Padre con nosotros y por nosotros. Esta acción de gracias de Jesús ¿cómo no ha de plasmar la vida del sacerdote? Él sabe que debe fomentar constantemente un espíritu de gratitud por tantos dones recibidos a lo largo de su existencia y, en particular, por el don de la fe, que ahora tiene el ministerio de anunciar, y por el del sacerdocio, que lo consagra completamente al servicio del Reino de Dios. Tenemos ciertamente nuestras cruces —y ¡no somos los únicos que las tienen!—, pero los dones recibidos son tan grandes que no podemos dejar de cantar desde lo más profundo del corazón nuestro Magnificat.
Una existencia «entregada»
3. «Accipite et manducate... Accipite et bibite...». La autodonación de Cristo, que tiene sus orígenes en la vida trinitaria del Dios-Amor, alcanza su expresión más alta en el sacrificio de la Cruz, anticipado sacramentalmente en la Última Cena. No se pueden repetir las palabras de la consagración sin sentirse implicados en este movimiento espiritual. En cierto sentido, el sacerdote debe aprender a decir también de sí mismo, con verdad y generosidad, «tomad y comed». En efecto, su vida tiene sentido si sabe hacerse don, poniéndose a disposición de la comunidad y al servicio de todos los necesitados.
Precisamente esto es lo que Jesús esperaba de sus apóstoles, como lo subraya el evangelista Juan al narrar el lavatorio de los pies. Es también lo que el Pueblo de Dios espera del sacerdote. Pensándolo bien, la obediencia a la que se ha comprometido el día de la ordenación y la promesa que se le invita a renovar en la Misa crismal, se ilumina por esta relación con la Eucaristía. Al obedecer por amor, renunciando tal vez a un legítimo margen de libertad, cuando se trata de su adhesión a las disposiciones de los Obispos, el sacerdote pone en práctica en su propia carne aquel « tomad y comed », con el que Cristo, en la última Cena, se entregó a sí mismo a la Iglesia.
Una existencia «salvada» para salvar
4. «Hoc est enim corpus meum quod pro vobis tradetur». El cuerpo y la sangre de Cristo se han entregado para la salvación del hombre, de todo el hombre y de todos los hombres. Es una salvación integral y al mismo tiempo universal, porque nadie, a menos que lo rechace libremente, es excluido del poder salvador de la sangre de Cristo: «qui pro vobis et pro multis effundetur». Se trata de un sacrificio ofrecido por « muchos », como dice el texto bíblico (Mc 14, 24; Mt 26, 28; cf. Is 53, 11-12), con una expresión típicamente semítica, que indica la multitud a la que llega la salvación lograda por el único Cristo y, al mismo tiempo, la totalidad de los seres humanos a los que ha sido ofrecida: es sangre «derramada por vosotros y por todos», como explicitan acertadamente algunas traducciones. En efecto, la carne de Cristo se da « para la vida del mundo » (Jn 6, 51; cf. 1 Jn 2, 2).
Cuando repetimos en el recogimiento silencioso de la asamblea litúrgica las palabras venerables de Cristo, nosotros, sacerdotes, nos convertimos en anunciadores privilegiados de este misterio de salvación. Pero ¿cómo serlo eficazmente sin sentirnos salvados nosotros mismos? Somos los primeros a quienes llega en lo más íntimo la gracia que, superando nuestras fragilidades, nos hace clamar «Abba, Padre» con la confianza propia de los hijos (cf. Ga 4, 6; Rm 8, 15). Y esto nos compromete a progresar en el camino de perfección. En efecto, la santidad es la expresión plena de la salvación. Sólo viviendo como salvados podemos ser anunciadores creíbles de la salvación. Por otro lado, tomar conciencia cada vez de la voluntad de Cristo de ofrecer a todos la salvación obliga a reavivar en nuestro ánimo el ardor misionero, estimulando a cada uno de nosotros a hacerse « todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos » (1 Co 9, 22).
Una existencia que «recuerda»
5. «Hoc facite in meam commemorationem». Estas palabras de Jesús nos han llegado, tanto a través de Lucas (22, 19) como de Pablo (1 Co 11, 24). El contexto en el que fueron pronunciadas —hay que tenerlo bien presente— es el de la cena pascual, que para los judíos era un « memorial » (zikkarôn, en hebreo). En dicha ocasión los hebreos revivían ante todo el Éxodo, pero también los demás acontecimientos importantes de su historia: la vocación de Abraham, el sacrificio de Isaac, la alianza del Sinaí y tantas otras intervenciones de Dios en favor de su pueblo. También para los cristianos la Eucaristía es el « memorial », pero lo es de un modo único: no sólo es un recuerdo, sino que actualiza sacramentalmente la muerte y resurrección del Señor.
Quisiera subrayar también que Jesús ha dicho: « Haced esto en memoria mía ». La Eucaristía no recuerda un simple hecho; ¡recuerda a Él! Para el sacerdote, repetir cada día, in persona Christi, las palabras del « memorial » es una invitación a desarrollar una « espiritualidad de la memoria ». En un tiempo en que los rápidos cambios culturales y sociales oscurecen el sentido de la tradición y exponen, especialmente a las nuevas generaciones, al riesgo de perder la relación con las propias raíces, el sacerdote está llamado a ser, en la comunidad que se le ha confiado, el hombre del recuerdo fiel de Cristo y todo su misterio: su prefiguración en el Antiguo Testamento, su realización en el Nuevo y su progresiva profundización bajo la guía del Espíritu Santo, en virtud de aquella promesa explícita: «Él será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho» (Jn 14, 26).
Una existencia «consagrada»
6. «Mysterium fidei!». Con esta exclamación el sacerdote manifiesta, después de la consagración del pan y el vino, el estupor siempre nuevo por el prodigio extraordinario que ha tenido lugar entre sus manos. Un prodigio que sólo los ojos de la fe pueden percibir. Los elementos naturales no pierden sus características externas, ya que las especies siguen siendo las del pan y del vino; pero su sustancia, por el poder de la palabra de Cristo y la acción del Espíritu Santo, se convierte en la sustancia del cuerpo y la sangre de Cristo. Por eso, sobre el altar está presente «verdadera, real, sustancialmente» Cristo muerto y resucitado en toda su humanidad y divinidad. Así pues, es una realidad eminentemente sagrada. Por este motivo la Iglesia trata este Misterio con suma reverencia, y vigila atentamente para que se observen las normas litúrgicas, establecidas para tutelar la santidad de un Sacramento tan grande.
Nosotros, sacerdotes, somos los celebrantes, pero también los custodios de este sacrosanto Misterio. De nuestra relación con la Eucaristía se desprende también, en su sentido más exigente, la condición « sagrada » de nuestra vida. Una condición que se ha de reflejar en todo nuestro modo de ser, pero ante todo en el modo mismo de celebrar. ¡Acudamos para ello a la escuela de los Santos! El Año de la Eucaristía nos invita a fijarnos en los Santos que con mayor vigor han manifestado la devoción a la Eucaristía (cf. Mane nobiscum Domine, 31). En esto, muchos sacerdotes beatificados y canonizados han dado un testimonio ejemplar, suscitando fervor en los fieles que participaban en sus Misas. Muchos se han distinguido por la prolongada adoración eucarística. Estar ante Jesús Eucaristía, aprovechar, en cierto sentido, nuestras «soledades» para llenarlas de esta Presencia, significa dar a nuestra consagración todo el calor de la intimidad con Cristo, el cual llena de gozo y sentido nuestra vida.
Una existencia orientada a Cristo
7. «Mortem tuam annuntiamus, Domine, et tuam resurrectionem confitemur, donec venias». Cada vez que celebramos la Eucaristía, la memoria de Cristo en su misterio pascual se convierte en deseo del encuentro pleno y definitivo con Él. Nosotros vivimos en espera de su venida. En la espiritualidad sacerdotal, esta tensión se ha de vivir en la forma propia de la caridad pastoral que nos compromete a vivir en medio del Pueblo de Dios para orientar su camino y alimentar su esperanza. Ésta es una tarea que exige del sacerdote una actitud interior similar a la que el apóstol Pablo vivió en sí mismo: «Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta» (Flp 3, 13-14). El sacerdote es alguien que, no obstante el paso de los años, continua irradiando juventud y como «contagiándola » a las personas que encuentra en su camino. Su secreto reside en la « pasión » que tiene por Cristo. Como decía san Pablo: « Para mí la vida es Cristo» (Flp 1, 21).
Sobre todo en el contexto de la nueva evangelización, la gente tiene derecho a dirigirse a los sacerdotes con la esperanza de « ver » en ellos a Cristo (cf. Jn 12, 21). Tienen necesidad de ello particularmente los jóvenes, a los cuales Cristo sigue llamando para que sean sus amigos y para proponer a algunos la entrega total a la causa del Reino. No faltarán ciertamente vocaciones si se eleva el tono de nuestra vida sacerdotal, si fuéramos más santos, más alegres, más apasionados en el ejercicio de nuestro ministerio. Un sacerdote « conquistado » por Cristo (cf. Flp 3, 12) « conquista » más fácilmente a otros para que se decidan a compartir la misma aventura.
Una existencia «eucarística» aprendida de María
8. Como he recordado en la Encíclica Ecclesia de Eucharistia (cf. nn. 53-58), la Santísima Virgen tiene una relación muy estrecha con la Eucaristía. Lo subrayan, aun en la sobriedad del lenguaje litúrgico, todas las Plegarias eucarísticas. Así, en el Canon romano se dice: «Reunidos en comunión con toda la Iglesia, veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor». En las otras Plegarias eucarísticas, la veneración se transforma en imploración, como, por ejemplo, en la Anáfora II: «Con María, la Virgen Madre de Dios [...], merezcamos [...] compartir la vida eterna».
Al insistir en estos años, especialmente en la Novo millennio ineunte (cf. nn. 23 ss.) y en la Rosarium Virginis Mariae (cf. nn. 9 ss.), sobre la contemplación del rostro de Cristo, he indicado a María como la gran maestra. En la encíclica sobre la Eucaristía la he presentado también como «Mujer eucarística» (cf. n. 53). ¿Quién puede hacernos gustar la grandeza del misterio eucarístico mejor que María? Nadie cómo ella puede enseñarnos con qué fervor se han de celebrar los santos Misterios y cómo hemos estar en compañía de su Hijo escondido bajo las especies eucarísticas. Así pues, la imploro por todos vosotros, confiándole especialmente a los más ancianos, a los enfermos y a cuantos se encuentran en dificultad. En esta Pascua del Año de la Eucaristía me complace hacerme eco para todos vosotros de aquellas palabras dulces y confortantes de Jesús: « Ahí tienes a tu madre » (Jn 19, 27).
Con estos sentimientos, os bendigo a todos de corazón, deseándoos una intensa alegría pascual.
Policlínico Gemelli, Roma, 13 de marzo, V domingo de Cuaresma, de 2005, vigésimo séptimo de Pontificado.

INTERVENCION DE JUAN PABLO ll EN EL MURO DE BERLIN

Mijail Gorbachov no tuvo reparo reconocer públicamente que la intervención de Juan Pablo II fue decisiva en los acontecimientos que culminaron, en noviembre de 1989, con el derribo del muro de Berlín y con todo el sistema comunista en Europa. Nadie discute hoy que sin los viajes del Papa a Polonia no se podría haber puesto en marcha el llamado «efecto dominó», que, partiendo del ejemplo polaco, contagió a las demás naciones marxistas del entorno, incluida la Unión Soviética, y terminó con la dictadura. En el primer viaje de Juan Pablo II a Polonia, poco después de ser elegido Papa, el 2 de junio de 1979, el nuevo Papa animó a sus compatriotas a plantarle cara al tirano.

En septiembre de 1981, no por casualidad y gracias al apoyo moral y económico del Vaticano, se podía celebrar en los astilleros de Gdansk el primer congreso de un nuevo sindicato, original y extrañamente libre dentro del férreo mundo marxista. Había nacido «Solidarnosc», «Solidaridad».

Era una experiencia tan espectacular para la Polonia marxista como para el Occidente, que contemplaba asombrado cómo los obreros iban a misa y confesaban en público mientras hacían huelga para defender sus derechos. Más aún, desde aquí se veía con ojos escépticos que la Iglesia no era allí, en el «socialismo real», el «opio del pueblo», sino un motor de cambio, de revolución, de lucha por la justicia sin olvidar en ningún momento la paz ni el mensaje de la no violencia activa. Aquel fue el principio del fin del marxismo. El día en que los obreros marcharon contra los teóricos defensores del proletariado se acabó la falacia. Lo extraordinario, lo que rompía todos los esquemas hasta el momento incontestables, fue que lo hicieron entonando himnos a la Patria, a Dios, a la Virgen.

Juan Pablo II intervino no sólo en la gestación de «Solidaridad», sino en la búsqueda de apoyos internacionales políticos y económicos para conseguir que la experiencia naciente no fuera aplastada por el poder del Estado comunista. Sus siguientes viajes a Polonia sirvieron para animar a la gente en la lucha que estaba comenzando. En junio de 1983 fortalece el nuevo movimiento y esa lucha se ve apoyada por otro acontecimiento histórico, la llegada al poder en la Unión Soviética de Mijail Gorbachov en marzo de 1985. Éste decidió, el 7 de abril de ese mismo año, empezar el deshielo con la supresión de los misiles de alcance medio en Europa.

Estaba agobiado por las crecientes dificultades económicas y, también, por los problemas nacionalistas que empezaban a surgir por doquier en la Unión. Después vendrían las reuniones con Reagan para negociar el desarme y, como una puntilla, el desastre nuclear de Chernobil en abril de 1986. Amparándose en los nuevos aires que venían del amo soviético, Juan Pablo II apretó el acelerador y en su tercer viaje a Polonia, en junio de 1987, reclamó ya abiertamente la democracia. El efecto que se produjo en la nación fue inmenso. Poco antes, en enero de ese mismo año, Gorbachov había puesto en marcha la «perestroika» y la «glasnost». Desde ese momento los acontecimientos se precipitaron. En 1988 los soviéticos se retiraron de Afganistán y el 9 de noviembre de 1989 cayó el muro de Berlín, verdadero símbolo de un telón de acero que encarcelaba a Europa.

Ese 9 de noviembre significaba también el fin de la guerra fría. Gorbachov, con la extensión de su perestroika (reestructuración) fuera de las fronteras rusas, fue el encargado de relajar la presión sobre los países satélites de la antigua Unión Soviética y de facilitar la apertura a Polonia y Hungría. Una política que, junto a la glasnost (transparencia), acabó por destruirle políticamente, al no contentar ni a los ortodoxos ni a los reformistas. El golpe de Estado de 1991 fue el punto final. Admirado fuera de sus fronteras, Gorbachov recibió el Premio Nóbel de la Paz el 1990, un año después de la caída del muro. Retirado de la política, a los 73 años imparte conferencias millonarias en las que ofrece su visión del mundo.

Reagan, por su parte, que impulsó una fuerte corriente conservadora en los Estados Unidos durante su mandato de 8 años, que acabó precisamente en enero del mismo año en que cayó el muro, contribuyó al mismo tiempo a liquidar la Guerra Fría. Llegó a celebrar hasta 5 cumbres con Gorbachov, en las que se firmaron importantes acuerdos de desarme. Premonitorias fueron sus palabras dirigidas al primer mandatario ruso ante la puerta de Brandenburgo un 12 de junio del 87: “Señor Gorbachov, haga caer este muro”. También en un segundo plano de la política y afectado por el Alzheimer en la última década, fallecía el pasado 5 de junio a los 93 años de edad en su residencia de Los Ángeles.

Desde Polonia, dos destacadas personalidades, una política y la otra religiosa, estaban destinadas a ser protagonistas de la historia, entre otras cosas, por su influencia en la caída del muro de Berlín. El Papa Juan Pablo II contribuyó decisivamente a la caída del muro, al respaldar en todo momento a Lech Walesa en sus aspiraciones de hacer desaparecer el comunismo de la tierra natal de ambos y las de derribar la muralla que dividía Berlín. Walesa, también premio Nóbel de la Paz en 1983, llegó a convertirse en el primer presidente postcomunista de Polonia desde 1990 hasta 1995. Actualmente, a sus 61 años, también está retirado, lo mismo que el checo Havel, de 68 años, que se mantuvo 13 años como jefe de Estado de su país.

Por su parte, Kohl no pudo acabar de peor manera su brillante carrera política: su nombre se vio involucrado en un escándalo financiero ilegal de su partido. Repudiado por su propia gente, el hombre que se lo jugó todo a una carta en la reunificación alemana y que estuvo 16 años en la chancillería es hoy un diputado más de la Unión Demócrata Cristiana.

VIAJES DE JUAN PABLO ll

1: República Dominicana, México y Bahamas (25-I/1-II-1979)
2: Polonia (2/10-VI-1979)
3: Irlanda y USA (29-IX/8-X-1979)
4: Turquía (28/30-XI-1979)
5: Zaire, República del Congo, Kenia, Ghana y Alto Volta (2/12-V-1980)
6: Francia (30-V/2-VI-1980)
7: Brasil (30-VI/12-VII-1980)
8: Alemania (15/19-XI-1980)
9: Pakistán, Filipinas, Guam y Japón (16/27-II-1981)
10: Nigeria, Benin, Gabón y Guinea Ecuatorial (12/19-II-1982)
11: Portugal (12/15-V-1982)
12: Gran Bretaña (28-V/2-VI-1982)
13: Brasil y Argentina (10/13-VI-1982)
14: Suiza (15-VI-1982)
15: San Marino (29-VIII-1982)
16: España (31-X/9-XI-1982)
17: Portugal, Costa Rica, Nicaragua, Panamá, El Salvador, Guatemala, Honduras, Belize y Haití (2/10-III-1983)
18: Polonia (16/23-VI-1983)
19: Francia (14/15-VIII-1983)
20: Austria (10/13-IX-1983)
21: Kairbanks, Corea, Nueva Guinea, Islas Salomón y Tailandia (2/12-V-1983)
22: Suiza (12/17-VI-1984)
23: Canadá (9/21-IX-1984)
24: España , República Dominica y Puerto Rico (10-11/13-X-1984)
25: Venezuela, Ecuador, Perú y Trinidad (25-I/6-II-1985)
26: Países Bajos, Luxemburgo y Bélgica (11/21-V-1985)
27: Togo, Camerún, República Centroafricana, Zaire, Kenia y Marruecos (8/19-VIII-1985)
28: Suiza y Lietchenstein (8-IX-1985)
29: India (31-I/10-II-1986)
30: Colombia (1/8-VII-1986)
31: Francia (4/7-X-1986)
32: Bangla Desh, Singapour, Fuji, Nueva Zelanda y Australia (18-XI/1-XII-1986)
33: Uruguay, Chile y Argentina (31-III/13-IV-1987)
34: Alemania (30-IV/4-V-1987)
35: Polonia (8/14-VI-1987)
36: USA y Canadá (10/21-IX-1987)
37: Uruguay, Bolivia, Perú y Paraguay (7/18-V-1988)
38: Austria (23/27-VI-1988)
39: Zimbawe, Botswana y Mozambique (10/19-IX-1988)
40: Francia (8/11-X-1988)
41: Madagascar, La Reunión, Zambia y Malawi (28-IV/6-V-1989)
42: Noruega, Islandia, Finlandia, Dinamarca y Suecia (1/19-VI-1989)
43: España (19/21-VIII-1989)
44: Corea, Indonesia e Isla Mauricio (6/16-X-1989)
45: Cabo Verde, Guinea Bissau, Malí, Burkina Faso y Chad (25-I/1-II-1990)
46: Checoslovaquia (21/22-IV-1990)
47: México (6/14-V-1990)
48: Malta (25/27-V-1990)
49: Tanzania, Burundi y Ruanda (1/10-IX-1990)
50: Portugal (10/13-V-1991)
51: Polonia (1/9-VI-1991)
52: Polonia y Hungría (13/20-VIII-1991)
53: Brasil (12/21-X-1991)
54: Senegal, Gambia y Guinea (19/26-II-1992)
55: Angola, Santo Tomé y Príncipe ( 4/10-VI-1992)
56: República Dominicana (9/14-X-1992)
57: Benín, Uganda y Sudán (3/10-II-1993)
58: Albania (25-IV-1993)
59: España (12/17-VI-1993)
60: México y USA (12/17-VIII-1993)
61: Lituania, Letonia y Estonia (4/10-IX-1993)
62: Croacia (10/11-IX-1994)
63: Filipinas, Sri Lanka, Papua Nueva Guinea y Australia (11/21-I-1995)
64: Polonia y República Checa (20/22-V-1995)
65: Bélgica (3/4-VI-1996)
66: Eslovaquia (30-VI-- 2-VIII-1995)
67: Suráfrica, Mozambique y Kenia (16/19-IX-1995)
68: USA (4/8-X-1995)
69: Guatemala, El Salvador, Colombia y Venezuela (5/11-II-1996)
70: Túnez (14-IV-1996)
71: Eslovenia (21/23-V-1996)
72: Alemania (21/23-VI-1996)
73: Hungría (6/8-IX-1996)
74: Francia (19/22-IX-1996)
75: Bosnia-Herzegovina (12/13-IV-1997)
76: República Checa (25/27-IV-1997)
77: El Líbano (10/11-V-1997)
78: Polonia (30-V-11-VI-1997)
79: Francia (23/24-VIII-1997)
80: Brasil (2/5-X-1997)
81: Cuba (21/25-I-1998)
82: Nigeria (21/23-III-1998)
83: Austria (19/21-VI-1998)
84: Croacia (2/4-X-1998)
85: México y USA (22/26-I-1999)
86: Rumanía (7/9-V-1999)
87: Polonia (5/17-VI-1999)
88: Eslovenia (19-IX-1999)
89: India (5/8-XI-1999)
89: Georgia (8/9-IX-1999)
90: Egipto (24/26-II-2000)
91: Jordania, Israel y Palestina (20/26-III-2000)
92: Portugal (12/13-V-2000)
93: Grecia, Siria y Malta (4/9-V-2001)
94: Ucrania (23/27-VI-2001)
95: Kazajistán y Armenia (22/27-IX-2001)
96: Bulgaria y Azerbayán (22/27-V-2002)
97: Canadá, México y Guatemala (27-VI/2-VIII-2002)
98: Polonia (16/19-VIII-2002)
99: España (3/4-V-2003)
100: Croacia (2003)
101: Bosnia y Herzegovina, (2003)
102:Eslovaquia (2003)
103:Pompeya (2003)
104:Berna (Suiza) (2004)
105:Lourdes (Francia) (2004)
106: Loreto (Italia) (2004)

BIOGRAFIA JUAN PABLO ll


BIOGRAFIA
(Wadowice, Cracovia, 1920 - Roma, 2005) Sacerdote polaco, de nombre Karol Wojtyla, elegido Papa en octubre de 1978 mientras ocupaba el puesto de cardenal-arzobispo de Cracovia; fue primer pontífice no italiano en más de cuatro siglos.
Era hijo de un oficial de la administración del Ejército polaco y de una maestra de escuela. De joven practicó el atletismo, el fútbol y la natación. Fue también un estudiante excelente, y presidió diversos grupos estudiantiles. Desarrolló, además, una gran pasión por el teatro, y durante algún tiempo aspiró a estudiar Literatura y convertirse en actor profesional.
Durante la ocupación nazi, compaginó sus estudios y su labor de actor, con el trabajo de obrero en una fábrica, para mantenerse y para evitar su deportación o encarcelamiento. Fue miembro activo de la UNIA, organización democrática clandestina que ayudaba a muchos judíos a encontrar refugio y escapar de la persecución nazi. 
En tales circunstancias, la muerte de su padre le causó un profundo dolor. La lectura de San Juan de la Cruz, que entonces buscó como consuelo, y la heroica conducta de los curas católicos que morían en los campos de concentración nazi fueron decisivas para que decidiera seguir el camino de la fe. Mientras se recuperaba de un accidente, el futuro pontífice decidió seguir su vocación religiosa, y en 1942 comenzó sus estudios sacerdotales. Ordenado sacerdote el 1.º de noviembre de 1946, amplió sus estudios en Roma y obtuvo el doctorado en Teología en el Pontifico Ateneo Angelicum. De regreso a Polonia, desarrolló una doble tarea, por un lado pastoral, llevada a cabo en diversas parroquias obreras de Cracovia, y por otro lado intelectual, impartiendo clases de Ética en la Universidad Católica de Lublin y en la Facultad de Teología de Cracovia.
En 1958 fue nombrado auxiliar del arzobispo de Cracovia, a quien sucedió en 1964. Ya en esa época, era un líder visible que a menudo asumía posiciones críticas contra el comunismo y los funcionarios del gobierno polaco. Durante el Concilio Vaticano II destacó por sus intervenciones sobre el esquema eclesiástico y el texto sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo.
En 1967 el Papa Paulo VI lo nombró cardenal, y el 16 de octubre de 1978, a la edad de cincuenta y ocho años, fue elegido para suceder al papa Juan Pablo I, fallecido tras treinta y cuatro días de pontificado. De este modo, se convirtió en el primer Papa no italiano desde 1523 y en el primero procedente de un país del bloque comunista.
Desde sus primeras encíclicas, Redemptoris hominis (1979), y Dives in misericordia (1980), exaltó el papel de la Iglesia como maestra de los hombres y destacó la necesidad de una fe robusta, arraigada en el patrimonio teológico tradicional, y de una sólida moral, sin mengua de una apertura cristiana al mundo del siglo XX. Denunció la Teología de la Liberación, criticó la relajación moral y proclamó la unidad espiritual de Europa.
El 13 de mayo de 1981 sufrió un grave atentado en la Plaza de San Pedro del Vaticano, donde resultó herido por los disparos del terrorista turco Mehmet Ali Agca. A raíz de este suceso, el Papa tuvo que permanecer hospitalizado durante dos meses y medio. El 13 de mayo de 1982 sufrió un intento de atentado en el Santuario de Fátima durante su viaje a Portugal. Sin embargo, el pontífice continuó con su labor evangelizadora, visitando incansablemente diversos países, en especial los pueblos del Tercer Mundo (África, Asia y América del Sur). 
Igualmente, siguió manteniendo contactos con numerosos líderes religiosos y políticos, destacando siempre por su carácter conservador en cuestiones sociales y por su resistencia a la modernización de la institución eclesiástica. Entre sus encíclicas cabe mencionar: Laborem exercens (El hombre en su trabajo, 1981); Redemptoris mater (La madre del Redentor, 1987); Sollicitudo rei socialis (La preocupación social, 1987); Redemptoris missio (La misión del Redentor, 1990) y Centessimus annus (El centenario, 1991).
Entre sus exhortaciones y cartas apostólicas destacan Catechesi tradendae (Sobre la catequesis, hoy, 1979); Familiaris consortio (La familia, 1981); Salvifici doloris (El dolor salvífico, 1984); Reconciliato et paenitentia (Reconciliación y penitencia, 1984); Mulieris dignitatem (La dignidad de la mujer, 1988); Christifidelis laici (Los fieles cristianos, 1988) y Redemptoris custos (El custodio del Redentor, 1989). En Evangelium vitae (1995), trató las cuestiones del aborto, las técnicas de reproducción asistida y la eutanasia. Ut unum sint (Que todos sean uno), de 1995, fue la primera encíclica de la historia dedicada al ecumenismo. En 1994 publicó el libro Cruzando el umbral de la esperanza.
El pontificado de Juan Pablo II no ha estado exento de polémica. Su talante tradicional le ha llevado a sostener algunos enfoques característicos del catolicismo conservador, sobre todo en lo referente a la prohibición del aborto y los anticonceptivos, la condena del divorcio y la negativa a que las mujeres se incorporen al sacerdocio. Sin embargo, también ha sido un gran defensor de la justicia social y económica, abogando en todo momento por la mejora de las condiciones de vida en los países más pobres del mundo.
Tras un proceso de intenso deterioro físico, que le impidió cumplir en reiteradas ocasiones con sus apariciones públicas habituales en la plaza de San Pedro, Juan Pablo II falleció el 2 de abril de 2005. Su desaparición significó para algunos la pérdida de uno de los líderes más carismáticos de la historia contemporánea; para otros implicó la posibilidad de imaginar una Iglesia católica más acorde a la sociedad moderna. En cualquier caso, su muerte ocurrió en un momento de revisionismo en el seno de la institución, de una evaluación sobre el protagonismo que tiene en el mundo de hoy y el que pretende tener en el del futuro. Su sucesor, Benedicto XVI, anunció ese mismo año el inicio del proceso de beatificación de Juan Pablo II.


jueves, 20 de enero de 2011

EL PERDON

 Con ocasión del comienzo del Año Nuevo, quisiera dirigir mis más fervientes deseos de paz a todas las comunidades cristianas, a los responsables de las Naciones, a los hombres y mujeres de buena voluntad de todo el mundo. El tema que he elegido para esta XLIII Jornada Mundial de la Paz es: Si quieres promover la paz, protege la creación. El respeto a lo que ha sido creado tiene gran importancia, puesto que «la creación es el comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios»[1], y su salvaguardia se ha hecho hoy esencial para la convivencia pacífica de la humanidad. En efecto, aunque es cierto que, a causa de la crueldad del hombre con el hombre, hay muchas amenazas a la paz y al auténtico desarrollo humano integral —guerras, conflictos internacionales y regionales, atentados terroristas y violaciones de los derechos humanos—, no son menos preocupantes los peligros causados por el descuido, e incluso por el abuso que se hace de la tierra y de los bienes naturales que Dios nos ha dado. Por este motivo, es indispensable que la humanidad renueve y refuerce «esa alianza entre ser humano y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos»

jueves, 13 de enero de 2011

MENSAJE DE PAZ DE BENEDICTO

El derecho a la libertad religiosa se funda en la misma dignidad de la persona humana, cuya naturaleza trascendente no se puede ignorar o descuidar. Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 27). Por eso, toda persona es titular del derecho sagrado a una vida íntegra, también desde el punto de vista espiritual. Si no se reconoce su propio ser espiritual, sin la apertura a la trascendencia, la persona humana se repliega sobre sí misma, no logra encontrar respuestas a los interrogantes de su corazón sobre el sentido de la vida, ni conquistar valores y principios éticos duraderos, y tampoco consigue siquiera experimentar una auténtica libertad y desarrollar una sociedad justa.
La Sagrada Escritura, en sintonía con nuestra propia experiencia, revela el valor profundo de la dignidad humana: «Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies» (Sal 8, 4-7).
Ante la sublime realidad de la naturaleza humana, podemos experimentar el mismo asombro del salmista. Ella se manifiesta como apertura al Misterio, como capacidad de interrogarse en profundidad sobre sí mismo y sobre el origen del universo, como íntima resonancia del Amor supremo de Dios, principio y fin de todas las cosas, de cada persona y de los pueblos. La dignidad trascendente de la persona es un valor esencial de la sabiduría judeo-cristiana, pero, gracias a la razón, puede ser reconocida por todos. Esta dignidad, entendida como capacidad de trascender la propia materialidad y buscar la verdad, ha de ser reconocida como un bien universal, indispensable para la construcción de una sociedad orientada a la realización y plenitud del hombre. El respeto de los elementos esenciales de la dignidad del hombre, como el derecho a la vida y a la libertad religiosa, es una condición para la legitimidad moral de toda norma social y jurídica.